El eje universal del la tierra de los dragones
Fragmento del Capítulo III: Oscuridad interior, oscuridad exterior
Stephanie salió corriendo
por el pasadizo como si la vida le fuera en ello y, si no se equivocaba, así
era. Fue precisamente esa prisa la que hizo que acabase cayéndose a mitad del
camino. Se levantó tan deprisa como pudo, pero sintió un dolor intenso en el
pie. Se lo tocó y, por el pinchazo de dolor que recorrió su cuerpo, supo que se
había roto el tobillo. “¡¡Mierda!!”, se dijo, consciente de que una torpe caída
podía costarle la vida. Siguió andando a duras penas, apoyándose sobre todo en
el pie sano, pero fue cuestión de segundos que los caballeros oscuros la
alcanzasen.
Cuando los vio, un
escalofrío le recorrió todo el cuerpo: sabía que estaba apunto de morir.
Los hermanos Mason se
acercaron a la posada al ver cómo todos los caballeros de armadura negra entraban
en ella.
-Esa explosión… ¿crees que
habrá sido ella?-preguntó Evan a su hermano.
-Eso parece. ¡Tenemos que
hacer algo!-dijo Alan, sin saber muy bien qué podían hacer ellos dos contra un
numeroso grupo de soldados armados.
Stephanie era una
superviviente, y no estaba dispuesta a dejarse matar sin más. En un alarde de
ingenio, recurrió a sus poderes para crear un llama y lanzarla justo al espacio
que la separaba de sus perseguidores. Pero no controlaba la magia lo
suficiente, y el fuego resultó demasiado pequeño como para actuar de barrera
entre los caballeros oscuros y ella. Algunos de ellos se rieron, mientras
avanzaban espada en mano para eliminarla y hacerse con la piedra de su
colgante.
Pero el colgante empezó a
brillar, de una forma mucho más intensa que cuando lo hizo mientras Stephanie
estaba escondida en el armario. Con la fuertes radiaciones rojas de la piedra,
el fuego se hizo más grande es cuestión de décimas de segundo. Tan grande que
no sólo sirvió para separarlos, sino que también hizo que los caballeros, que
empezaban a ser engullidos por las llamas, retrocedieran. Stephanie vio como se
empezaban a quitar sus armaduras en llamas, pero, por instinto de
supervivencia, inmediatamente se dio la vuelta y se dispuso a escapar, es busca
del fin de aquel pasadizo que había estado apunto de convertirse en su tumba.
Algo extraño había pasado,
porque, cuando Alan y Evan se acercaron a la posada, los caballeros empezaron a
salir de ella atropelladamente, obligándolos a esconderse de nuevo. Se situaron
alrededor de ella y empezaron a buscar algo en el suelo. Antes de que pudieran
preguntarse en voz alta qué estaba pasando, dos manos tocaron repentinamente
los hombros de los hermanos.
-No gritéis-susurró la
posadera.
-¡Stephanie!-se alegró
Evan.
-Shhh. No deben oírnos-le
regañó la mujer.
-Me alegro muchísimo de
verte de nuevo-dijo Alan, sonriente.
-Y yo de veros a vosotros,
pequeñajos-respondió en tono amistoso Stephanie, con su alegría
característica-Pero ahora no hay tiempo. Tenemos que irnos de aquí. He salido
por un pasadizo que daba al bosque, y pronto empezarán a buscar la trampilla
por aquí.
-Tenemos a Sarah en las
afueras, vamos-sugirió Alan.
Cinco minutos después, los
tres se alejaban del lugar a lomos de la dragona. No tenían un destino
concreto; sólo querían alejarse de aquellos que querían matarlos y volver a
sentirse a salvo por un instante.
Por desgracia, no volverían
a estar a salvo en mucho tiempo.