El Eje Universal de la Tierra de los Dragones
Fragmento del Capítulo V: Pesadilla
Mientras Evan volvía a
dormir en paz tras pasar por una pesadilla, Leroy se despertó y relevó a Laila
en su tarea de vigilancia.
-Tú descansa un poco, ya
me encargo yo-la animó el muchacho.
-Intentaré dormir, aunque
no prometo nada-contestó a modo de broma la joven.
Laila se acostó junto al
resto del grupo y, aunque lo veía difícil, pronto cayó rendida al sueño. El
cansancio había hecho su efecto. Stephanie sorprendió a Leroy mirándola con
dulzura. Él acabó por percatarse de lo evidente que debía resultar para la
mujer, y entonces dijo:
-Está tan bella dormida.
-Se nota que la
quieres-observó Stephanie, que notó el cariño en la voz de Leroy.
Tras un breve silencio, él
contestó:
-Más de lo que me hubiera
podido imaginar jamás.
Reneé se decidió por Alan,
que mantenía un sueño placentero y alejado de las pesadillas. No tendría ningún
problema para convertirlo en el mayor de los infiernos. Se internó en su sueño
y se encontró con Alan rodeado por dragones, muchos dragones. Quizá cientos de
ellos. Eran de todos los tamaños y colores imaginables. Entonces, la malvada
maga comprendió que Alan soñaba con ser el dueño de una enorme granja de
dragones porque adoraba a esas criaturas aladas. De repente, supo la forma de
hacerle daño: podía controlar a los dragones para que persiguieran a Alan y,
cuando este tratara de escapar de ellos, crear un acantilado por el que pudiera
caerse. Con los dragones no podría hacerle ningún daño, porque sólo los
controlaría como si se trataran de una ilusión, pero una vez que Alan cayera por
el precipicio, estaría muerto también en la realidad.
Se dispuso a poner en
práctica sus maquinaciones, y los dragones empezaron a cambiar: dejaron de
moverse repentinamente, cesaron cualquier actividad que estuvieran realizando y
algo cambió en su mirada, que quedó vacía.
-¿Qué os pasa, porque no
seguís volando y disfrutáis un poco más del campo?-preguntó Alan a sus
dragones. Pero uno de ellos lo atacó de repente.
Logró esquivar el ataque
porque venía de lejos, pero dos dragones más se le acercaron con la intención
de golpearlo. Comprendió que algo extraño estaba pasando y huyó en dirección al
acantilado que Reneé había creado, sin saber que era la muerte y no la
salvación lo que le esperaba delante.
“Perfecto”, se dijo la
maga, “todo está saliendo según mi plan. ¡Y ahora nadie podrá salvarlo!”.
Mientras Alan corría en
sus sueños hacia una muerte segura, Leroy y Stephanie hablaban un poco sobre
todo.
-Bueno, va siendo hora de
que duermas un poco, ¿no crees?-dijo a modo de sugerencia el muchacho a la mujer.
-Quizás lleves razón:
llevo toda la noche en vela. Creo que ahora sí me podré dormir-concedió la
posadera-Y tú, ¿no deberías despertar a Alan y dormir un poco más?
Leroy echó un vistazo a
Alan y, viendo lo plácidamente que dormía y sin poder advertir lo que ocurría
en su pesadilla, se decidió por no despertarlo.
-Sólo quedan un par de
horas: que las aproveche él-contestó el joven.
Stephanie se encogió de
hombros y se unió al resto del grupo para dormir. Mientras Leroy pensaba en
Laila, en sus poderes y en el viaje que estaban realizando, Alan se acercaba
cada vez un poco más a la muerte.
Cuanto más corría Alan,
más rápido volaban sus perseguidores alados. Empezaron a atacar con bolas de
fuego, y las llamas inundaron el camino a ambos lados del chico, que temía por
su vida como nunca antes lo había hecho. Entonces, avistó a lo lejos algo que
lo dejó desolado.
Se trataba de un
acantilado.
Un acantilado que pondría
fin a su huida. Y a su vida, probablemente.
Primero pensó en dar
repentinamente media vuelta y esquivar a las aladas criaturas, pero detrás de
los que lo seguían de cerca había una horda de dragones que le cortarían el
paso, ya que no dejaban ningún punto ciego por el que pasar. Sin ninguna otra
opción, siguió corriendo hacia delante, viendo como el camino se iba
estrechando cada vez más y desapareciendo a derecha e izquierda, dejando sólo
un mortífero acantilado delante de él.
Los dragones se pararon
cuando lo tuvieron acorralado, y Alan empezó a caminar hasta el borde del
acantilado, atisbando un lejano suelo que estaba a punto de convertirse en su
tumba.
En ese mismo momento, uno
de los dragones escupió una gigantesca bola de fuego que le pasó de cerca, y un
insoportable calor lo invadió. Reneé no podía quemarlo de verdad, pero si podía
crear la ilusión de que la bola de fuego ardía realmente y había calentado el
ambiente. Con intención de que Alan se precipitara al vacío, la hechicera hizo
colocarse a uno de los dragones frente al joven, y le lanzó una enorme
aglomeración ígnea en forma de bola.
Alan, sin más remedio,
saltó del acantilado para evitar el impacto del fuego. Cerró los ojos mientras
sentía el cortante aire pasando por su cara, por todo su cuerpo. Se le
derramaron algunas lágrimas mientras se producía la mortal caída. Todo había
llegado a su fin.
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