sábado, 27 de abril de 2013

Página 13 - Extracto de 'El Eje Universal'


El Eje Universal de la Tierra de los Dragones

Fragmento del Capítulo V: Pesadilla

Mientras Evan volvía a dormir en paz tras pasar por una pesadilla, Leroy se despertó y relevó a Laila en su tarea de vigilancia.
-Tú descansa un poco, ya me encargo yo-la animó el muchacho.
-Intentaré dormir, aunque no prometo nada-contestó a modo de broma la joven.
Laila se acostó junto al resto del grupo y, aunque lo veía difícil, pronto cayó rendida al sueño. El cansancio había hecho su efecto. Stephanie sorprendió a Leroy mirándola con dulzura. Él acabó por percatarse de lo evidente que debía resultar para la mujer, y entonces dijo:
-Está tan bella dormida.
-Se nota que la quieres-observó Stephanie, que notó el cariño en la voz de Leroy.
Tras un breve silencio, él contestó:
-Más de lo que me hubiera podido imaginar jamás.

Reneé se decidió por Alan, que mantenía un sueño placentero y alejado de las pesadillas. No tendría ningún problema para convertirlo en el mayor de los infiernos. Se internó en su sueño y se encontró con Alan rodeado por dragones, muchos dragones. Quizá cientos de ellos. Eran de todos los tamaños y colores imaginables. Entonces, la malvada maga comprendió que Alan soñaba con ser el dueño de una enorme granja de dragones porque adoraba a esas criaturas aladas. De repente, supo la forma de hacerle daño: podía controlar a los dragones para que persiguieran a Alan y, cuando este tratara de escapar de ellos, crear un acantilado por el que pudiera caerse. Con los dragones no podría hacerle ningún daño, porque sólo los controlaría como si se trataran de una ilusión, pero una vez que Alan cayera por el precipicio, estaría muerto también en la realidad.
Se dispuso a poner en práctica sus maquinaciones, y los dragones empezaron a cambiar: dejaron de moverse repentinamente, cesaron cualquier actividad que estuvieran realizando y algo cambió en su mirada, que quedó vacía.
-¿Qué os pasa, porque no seguís volando y disfrutáis un poco más del campo?-preguntó Alan a sus dragones. Pero uno de ellos lo atacó de repente.
Logró esquivar el ataque porque venía de lejos, pero dos dragones más se le acercaron con la intención de golpearlo. Comprendió que algo extraño estaba pasando y huyó en dirección al acantilado que Reneé había creado, sin saber que era la muerte y no la salvación lo que le esperaba delante.
“Perfecto”, se dijo la maga, “todo está saliendo según mi plan. ¡Y ahora nadie podrá salvarlo!”.

Mientras Alan corría en sus sueños hacia una muerte segura, Leroy y Stephanie hablaban un poco sobre todo.
-Bueno, va siendo hora de que duermas un poco, ¿no crees?-dijo a modo de sugerencia el muchacho a la mujer.
-Quizás lleves razón: llevo toda la noche en vela. Creo que ahora sí me podré dormir-concedió la posadera-Y tú, ¿no deberías despertar a Alan y dormir un poco más?
Leroy echó un vistazo a Alan y, viendo lo plácidamente que dormía y sin poder advertir lo que ocurría en su pesadilla, se decidió por no despertarlo.
-Sólo quedan un par de horas: que las aproveche él-contestó el joven.
Stephanie se encogió de hombros y se unió al resto del grupo para dormir. Mientras Leroy pensaba en Laila, en sus poderes y en el viaje que estaban realizando, Alan se acercaba cada vez un poco más a la muerte.

Cuanto más corría Alan, más rápido volaban sus perseguidores alados. Empezaron a atacar con bolas de fuego, y las llamas inundaron el camino a ambos lados del chico, que temía por su vida como nunca antes lo había hecho. Entonces, avistó a lo lejos algo que lo dejó desolado.
Se trataba de un acantilado.
Un acantilado que pondría fin a su huida. Y a su vida, probablemente.
Primero pensó en dar repentinamente media vuelta y esquivar a las aladas criaturas, pero detrás de los que lo seguían de cerca había una horda de dragones que le cortarían el paso, ya que no dejaban ningún punto ciego por el que pasar. Sin ninguna otra opción, siguió corriendo hacia delante, viendo como el camino se iba estrechando cada vez más y desapareciendo a derecha e izquierda, dejando sólo un mortífero acantilado delante de él.
Los dragones se pararon cuando lo tuvieron acorralado, y Alan empezó a caminar hasta el borde del acantilado, atisbando un lejano suelo que estaba a punto de convertirse en su tumba.
En ese mismo momento, uno de los dragones escupió una gigantesca bola de fuego que le pasó de cerca, y un insoportable calor lo invadió. Reneé no podía quemarlo de verdad, pero si podía crear la ilusión de que la bola de fuego ardía realmente y había calentado el ambiente. Con intención de que Alan se precipitara al vacío, la hechicera hizo colocarse a uno de los dragones frente al joven, y le lanzó una enorme aglomeración ígnea en forma de bola.
Alan, sin más remedio, saltó del acantilado para evitar el impacto del fuego. Cerró los ojos mientras sentía el cortante aire pasando por su cara, por todo su cuerpo. Se le derramaron algunas lágrimas mientras se producía la mortal caída. Todo había llegado a su fin.

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